A veces las cosas que parecen simples terminan convirtiéndose en una auténtica aventura. Eso es lo que me pasó al intentar fotografiar a la Garza Real.
La Garza es un ave de gran tamaño que se encuentra en cuencas de ríos y lagos con juncales. Está muy repartida por toda España pero en pequeños números, y en gran medida, las que viven más al norte, migran a latitudes más cálidas.
En mi caso, conocía la existencia de algunos ejemplares de Garza Real en un conocido parque de la Comunidad de Madrid. Ya los había visto varias veces, pero en cuanto llegaba a la zona echaban a volar.
Mi búsqueda de la imagen deseada
Yo me dedicaba casi a diario a buscarla foto el ratito antes de comenzar el día en el voluntariado. Recorría nuevas zonas y me acercaba a sitios donde las había localizado. Muchas veces las veía volar. Son muy reconocibles, aves de cuerpo alargado y gris, con unas franjas negras y el cuello doblado formando una «S» muy cerrada.
En ocasiones me pierde más el ver el momento con mis propios ojos a inmortalizarlo con la cámara. Siento decirlo al ser fotógrafa, pero a veces las cosas se disfrutan más viéndolas en vivo y en directo que a través de una imagen.
Aunque no siempre es así. Al fin y cabo el trabajo de una fotógrafa es mostrar la belleza, un momento que no siempre está al alcance de todos y no todos lo viviremos igual.
Primeros avistamientos de la Garza Real
Volviendo al tema, llevaba meses desde que vi una Garza por primera vez, (sin la cámara, ¡maldita sea!). Era un caluroso día de verano. Estaba posada en un tronco buscando algo de alimento en el agua. Un pez pasando, una rana saltando… lo que fuera.
Tan grande, tan magnífica y (lo peor de todo para mí en ese momento) tan quieta. Lo único que deseaba era no haber decidido que ese día no quería hacer fotos. Saqué el móvil y le tomé una foto, (al menos podía corroborar que la había visto).
Volví a poder fotografiarla unos meses más tarde, en otoño, en otro lado del arroyo. Estaba posada en una rama. Coloqué la cámara y pude hacerle dos fotos antes de mandarme a freír espárragos y largarse volando. Por suerte me dejó hacerle una foto de su magnífico y característico vuelo.


Y por fin llegó el momento
Al llegar el invierno, yo seguía yendo a mi voluntariado y sabiendo que ahí seguían las Garzas Reales. Yo ya sentía que se burlaban de mí, se lucían cuando no era día de llevarse la cámara y se escondían cuando sí la tenía. Hasta que un día calló en mi sensor.
No recuerdo la temperatura que hacía pero lo suficiente como para ver caminar a los ánades y gallinetas por el agua. Una joven Garza estaba posada en el mismo tronco donde vi a la primera. Y ahí se mantuvo durante un buen rato.
Se dejó fotografiar desde distintos ángulos y distancias. Me encantó ver cómo salía reflejada esta Garza en la imagen, la representación del agua en forma de hielo marcando el fondo y recortando a la joven Garza.
Un resultado anhelado
Al final conseguí mi ansiada foto de la Garza Real, pero todavía no me es suficiente. No he hecho nada más que empezar en este mundo. La experiencia que me llevo me será de mucha utilidad para el futuro. Pude practicar mucho y la espera al final tuvo su recompensa.
En conclusión, no te dejes la cámara, baterías ni tarjetas, nunca se sabe qué verás hoy.

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